Había una leyenda en
Suar que decía que una vez cada cien años, en otoño, de un árbol multicolor caería
una hoja particular y única. Esta hoja sería de oro bruñido y concedería el
deseo de tornar en oro puro, solo una vez, lo que tocara la persona que la
encontrara. Así pues, los pequeños huérfanos de Riboah salían cada otoño a
rebuscar entre las hojas caídas de los árboles del bosque, con la emoción de
ser los afortunados en encontrar la rara joya natural.
Fue una de esas
tardes repletas de esporas y rayos encantados cuando Aldor, que ya había durado
varias horas de cuclillas buscando el tesoro, se enderezó a causa del cansancio
y volteó a ver a Tizbyh. La rubia se encontraba sentada con placidez en una
gran roca musgosa, y le hacía señas para que se acercara. Aldor obedeció. Tiz
le señaló un pequeño montón de hojas resecas que estaban a su derecha.
_ ¿Qué hay? -Le dijo
el niño al llegar.
_Busca entre ese
montón -respondió Tiz- Allí la hallarás.